El enigma de la existencia del mundo constituye un problema central en todas las mitologías. En algunos casos se describe el inicio de las cosas como un vacío absoluto o como una extensión ilimitada de agua, un yermo indiferenciado revestido de oscuridad, idea común a los relatos míticos de Oriente Medio, los khoisan del sur de África y numerosas tradiciones de Norteamérica y el sureste asiático; pero la imagen de la creación más repetida representa el universo primigenio en forma de huevo, en cuyo interior se encuentra la potencialidad de todas las cosas, protegida por la cáscara envolvente.
Por lo general, se produce una acción que desencadena un proceso de transformación y desarrollo. Según los dogones del África occidental, Amma, el dios creador, provocó una vibración que hizo estallar los confines del huevo cósmico y liberó a las divinidades opuestas del orden y el caos.
Según los cheyenes norteamericanos, la humilde focha rescato con su pico un poco de barro de la infinita extensión de agua y el Todo Espíritu lo convirtió en tierra seca. En las islas del sureste asiático se cuenta una historia semejante sobre un ave servicial, la golondrina, que contribuyó a la formación de la tierra, y en la mitologia egipcia, el acto primordial de la creación consistió en la aparición de un montículo de tierra que surgió de un abismo acuoso llamado Nun.
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La dualidad
En todas las mitologías, el significado inicial de la creación es la aparición de la diferenciación y la pluralidad en lugar de la indiferenciación y la unidad. La primera etapa suele coincidir con la forma de distinción más elemental, es decir, la dualidad. En la mitología china, cuando el divino antepasado Pangu llevaba 18.000 años creciendo en el interior del huevo cósmico, éste eclosionó y se dividió en dos partes: la mitad iluminada formó el cielo y la oscura la tierra. Según el mito de la creación maorí, el mundo comenzó a existir cuando los dos seres creadores, Rangi, el cielo, elemento masculino, y Papa, la tierra, elemento femenino, se desasieron del abrazo que los inmovilizaba en el vacío y adoptaron posturas opuestas y complementarias en el cosmos.
La misma idea aparece en la creencias del antiguo México: la creación comenzó cuando Ometecuhtli, señor autocreado de la Dualidad, se dividió en sus dos aspectos, el masculino y el femenino, bajo la forma de Ometeorl y Omecihuatl, padres de los dioses. Encontramos una variante curiosa en el mito de la creación de los bambaras del Africa occidental, según el cual el huevo cósmico emitió una voz que originó su propio doble, del sexo opuesto, dando vida a los gemelos primordiales y divinos progenitores del mundo.
El tema de la dualidad primordial también aparece en algunas versiones del mito de la creación griego, en las que los primeros dioses que surgieron fueron Urano, el cielo, de carácter masculino, y Gea, la tierra, de carácter femenino.
La vida que surge de la muerte
En muchas tradiciones, la creación es posible gracias a la muerte como sacrificio. En la mitología china, el gigante Pangu da su vida para que pueda existir el mundo. Agotado por la tarea de separar el cielo y la tierra, Pangu se tiende a descansar y muere, y las diversas partes de su cuerpo se transforman en los múltiples rasgos de los cielos y del paisaje de la tierra.
Este relato se asemeja a un himno védico de la tradición india que narra el sacrificio de Purusha, un ser primordial. A continuación, las partes de su cuerpo se convierten en los múltiples componentes del universo, como dioses, hombres y animales. Según los habitantes del Sáhara, el mundo fue creado con los anillos de la serpiente cósmica Minia, primera creación de Dios, que fue inmolada, acontecimiento que se rememora en la región con sacrificios de animales aún en la actualidad.
En la mitología asirio-babilónica existe un drama cósmico parecido: Marduk, rey celestial, mata a la serpiente Tiamat, principio femenino del caos, divide su gigantesco cuerpo y con una de las mitades construye la bóveda celeste y con la otra la tierra sólida. En la mitología noruega, los tres dioses creadores matan a Ymir, el gigante primordial, bisexual, y forman la tierra con su cuerpo, el mar con su sangre y el cielo con su cráneo.
Mundos cíclicos
En algunas mitologías, la lucha entre el orden creador y el caos destructor adopta la forma de un ciclo perpetuo de creación y destrucción mediante el cual cobran vida los mundos, perpetuamente destruidos y reconstruidos. En Norteamérica, la imaginación mítica de los hopis se refleja en una serie de mundos, el primero de los cuales fue destruido por el fuego, el segundo por el hielo, el tercero por el agua.
En la actualidad vivimos en el cuarto mundo, que también tocará a su fin, dentro de poco. Este esquema se asemeja al de los aztecas de Centroamérica, en cuya mitología se habla de la creación y destrucción sucesivas de cinco mundos, provocadas por los conflictos entre los hijos divinos del señor de la Dualidad.
Pero el más complicado de estos esquemas desde el punto de vista filosófico quizá sea el del hinduismo, según el cual, el gran Visnú, al descansar entre los anillos de Ananta, la serpiente cósmica, en las aguas del caos, hace surgir un loto de su ombligo del que sale el dios creador Brahma. De la meditación de Brahma nace el mundo, que existe durante un gigantesco período de tiempo hasta que acaba de volver al caos y disolverse, si bien surge un nuevo universo a partir de ese caos, exactamente de la misma manera. Cada una de las cuatro eras sucesivas dentro del ciclo del mundo es inferior a la anterior. En la mitologia egipcia también se predice que el universo regresará al caos, tras lo cual comenzará un nuevo ciclo de creación.
En la tradición grecorromana no se encuentra ningún elemento sobre la destrucción del mundo, pero sí la descripción de cinco etapas sucesivas, cada una de ellas relacionadas con una raza humana distinta. El ciclo se inició con la Edad de Oro, en la que los seres humanos disfrutaban de eterna juventud y estaban libres del trabajo, y termina en la época actual, la Edad del Hierro, que concluirá con la autodestrucción de la humanidad. Parece posible que la tradición celta de las cinco invasiones sucesivas de Irlanda sea una versión del mito mediterráneo de las cinco edades.